La consideraba como un medio eficaz para conseguir el espíritu de Jesucristo y para llegar a la perfección cristiana, que es a lo único que debemos aspirar; lo aconsejaba también para llegar a la perfecta caridad.
INSTRUCCIÓN
Sobre el buen uso del tiempo les decía: No consiste en tener ocupados todos los instantes, sino en emplearlos bien según la voluntad de Dios. Una vida ordenada, es la raíz de la alegría y de la igualdad de carácter que en nada se altera, a las que llevan vida ordenada nunca les estorba nada y tienen programado su trabajo para todo el día, dando preferencia a los ejercicios de piedad.
Conocedor de la vida religiosa, decía a sus hijas “aprovechen el tiempo y cuídense de la vanagloria que no abandona ni al superior ni al súbdito, ni el tibio ni al fervoroso, deja de comer con los que ayunan y se satisface con los que comen. Si guardamos silencio se descubre en nuestro semblante triste, si hablamos se manifiesta en nuestras palabras”, por eso les recomienda el examen detallado y cuidadoso.
Era amante de la teoría y práctica de la ley; contra las imperfecciones voluntarias se mostraba severo, intransigente, intolerante. El sabía cuál era el lugar que le correspondía.
Referente a la superiora dice que debe ser como el obispo o pastor, a ejemplo de Jesús, debe buscar las ovejas descarriadas para curarlas de las heridas, mezclando el bálsamo de la mansedumbre con la fortaleza de la corrección. Conocedor de las cualidades del corazón femenino dice que cuando está metida en la fragua del amor divino es insaciable en el amor, fuerte en el padecer y resuelta en el sufrir, por esto aconsejaba que en el amor de Dios practicaran los grados de este amor que son los siguientes:
1º. Morir antes de cometer un pecado mortal.
2º. Morir antes de cometer un pecado venial.
3º. Morir antes de cometer una imperfección.
Sobre la castidad decía: “El Espíritu Santo nos exhorta para que guardemos con todo cuidado nuestros corazones porque de él procede la vida. Vela sobre tus sentidos y potencias, sobre tus inclinaciones y deseos, porque son los medios ordinarios de que se sirven nuestros enemigos para privarnos de la vida del alma”.
Sobre la obediencia les afirma que Dios se anonadó hasta tomar la forma de siervo, padeció por amor del hombre y murió por ese mismo amor. ¡Oh amor grande, amor infinito, amor excesivo de mi Dios! ¿Qué es el hombre para que tanto le ames? La humildad y la obediencia son las alas que elevan a la cumbre de la perfección.
Sobre la pobreza les explicaba: Hay que desocupar nuestro corazón de nosotras mismas, del amor a las comodidades, las propias satisfacciones, a las honras y a las ventajas propias. Ustedes lo están probando, las trajo a la religión y el amor de Dios les ha hecho dulce la pobreza. Tendrán valor y esfuerzo en el camino de la vida que les llevará al cielo que es la Patria; les recuerda constantemente que no desfallezcan en el senda de la perfección que con tanta ilusión empezaron en los primeros días de su vocación y que permanezcan firmes en el deseo de amar a Dios, y por último aconsejaba a sus hijas que por mar o tierra, que con conventos o sin ellos arribaran a la más alta perfección sin estar deseando otro apostolado.
Así anhelaba Fray Refugio que fueran sus hijas: obedientes, humildes, pobres, candorosas y puras, estudiosas, pero sobre todo amantísimas de Cristo, hasta merecer llevar en lo más hondo de su corazón sus sagradas llagas.
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