COMO SACERDOTE
Fue pastor auténtico, fiel a la Ley Divina, humilde, fervoroso, de oración, trataba de llegar al amor perfecto de Dios y del prójimo, se consideraba servidor de todos para hacer el bien a los hombres, lo cual lo consiguió en el confesionario y en el púlpito; era profundo conocedor y maravilloso expositor de la Sagrada Escritura, sobre todo del Nuevo Testamento, tenía un basto conocimiento de la palabra del Señor, pero sentía una predilección por las parábolas y relatos en los que Nuestro Señor Jesucristo, que comprende la naturaleza humana y frágil del hombre; Magdalena a quien perdona; Pedro a quien dirige una mirada comprensiva y misericordiosa; la multitud hambrienta, etc.
Tenía un conocimiento de teología, autores como San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio, San Juan Crisóstomo, santo Tomás de Aquino y San Pedro Crisólogo.
En sus sermones no era cansado ni aburrido, sabe mantener vivo el interés tratando de que asimile el público que le escucha. Se cuida mucho de no ofender a nadie tanto en su conversación privada, como cuando dirigía sus pláticas como ministro del Señor.
Estaba lejos de ahuyentar a los pecadores cuando acudían a él. Su experiencia como confesor y director de las religiosas, a las que les decía que no solamente eran posibles las faltas en el estado de perfección, sino hasta frecuentes. Las animaba con las siguientes palabras: “Si una mano omnipotente no nos abriera las puertas de la esperanza y del perdón en los momentos del naufragio, nos arrojaríamos en el camino de la perdición; pero Dios nuestro Señor compadecido de nuestra miseria nos ha provisto de medios fáciles y eficaces que nos restituyen la paz y la tranquilidad”.
No era el predicador florido que buscaba de endulzar o recrear los oídos de sus oyentes, sino que trataba de despertar una paz y tranquilidad que no deben ser alteradas por las tentaciones.
Pedía a Dios que le concediera cumplimiento exacto de su ministerio, el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas. Estos eran los móviles del alma sacerdotal de nuestro Padre Refugito.
El día de su ordenación, hizo voto a Dios de ser todo de Jesucristo, ya que era de temperamento apasionado y de índole contemplativa dinámica, sabiendo conjugar la contemplación con la acción, ya que su ideal era ser imagen perfecta de Jesucristo.
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